Caso de artritis
En el siguiente caso dramático, Erickson recurre a la prescripción de plantar un árbol para posibilitar la continuación del sentido de la vida en una paciente:
«Un estanciero vino a verme con su mujer y me dijo: "Hace nueve meses que está deprimida y amenaza con suicidarse. Tiene artritis. No hace mucho que nos casamos. Le atacó fuertemente la artritis y fue a ver a un cirujano traumatólogo para que la tratase. Yo la he llevado a psiquiatras para que le hicieran psicoterapia.
Todos recomendaron que cuando pasase de la cincuentena se la sometiera a un choque eléctrico o insulínico.
Quiere dar a luz un bebé, pero el traumatólogo le dijo: "Si usted queda embarazada su artritis empeorará; yo no se lo aconsejaría, ya que situación es de por si desfavorable." Fue a un obstetra que le dijo: "No le recomiendo que quede embaraza. Su situación ya es muy desfavorable y su artritis podría agravarse.
Tal vez sea incapaz de tener la criatura."
Su esposo vino a verme con ella; yo le pedí a ella que me diese su versión. Me dijo que para ella quedar embarazada era más importante que seguir viviendo. El marido acotó; "Tengo que cuidar que no tenga a mano ningún cuchillo filoso." Porque un suicida se matará por más cuidado que uno ponga... pueden sobrevenir muchas postergaciones antes de que se produzca el suicidio.
Le dije a la mujer: "Señora, usted dice que estar embarazada es para usted más importante que su vida. El obstetra no se lo aconseja, el traumatólogo no se lo aconseja. Tampoco sus psiquiatras. Mi consejo es que se quede embarazada lo antes posible. Si su artritis empeora, puede guardar cama y disfrutar de su embarazo. Y
cuando llegue el momento del parto puede hacerse una cesárea. No hay ninguna ley que se lo impida, es lo más sensato."
De modo que la mujer quedó pronto embarazada, y su artritis mejoró, se le pasó la depresión y tuvo nueve meses de embarazo muy felices. Dio a luz sin inconvenientes y realmente disfrutó con Cynthia, como había llamado a la beba. Su marido estaba contentísimo.
Desgraciadamente, cuando Cynthia tenía seis meses tuvo el síndrome de
la muerte súbita. Unos meses más tarde, el hombre vino con su esposa y dijo: "Está peor que nunca." Le pedí a la mujer que me contara: "Simplemente quiero morir", dijo ella. "No tengo razón alguna para vivir." Muy áspera y meticulosamente le dije: ¿Cómo puede ser tan necia?.
Durante nueve largos mees tuvo usted la mejor época de su vida, ¿y ahora quiere matarse y destruir esos eecuerdos? Eso no está bien. Disfrutó de Cynthia durante seis meses encantadores. ¿Va a destruir esos recuerdos?.
Pienso que eso es criminal. Así que su marido la llevará a casa y le conseguirá un brote de eucalipto. Usted le indicará dónde tiene que plantarlo. Los eucaliptos crecen muy rápidamente en Arizona. Quiero le ponga como nombre 'Cynthia' y lo observe crecer, aguardado el día en que pueda sentarse a su sombra."
Un año más tarde fui a verla; el brote había crecido con suma rapidez. Ella me dio la bienvenida; ya no estaba forzada a guardar cama o permanecer sentada en una silla: había tenido una notable mejoría de su artritis y caminaba por todos lados. Tenía unos canteros que ocupaban más espacio que todo su edificio. Me llevó a mirarlos y me mostró todos sus diferentes tipos de flores. Me regaló un ramo de guisantes de olor para que llevara a casa.
A veces los pacientes no pueden pensar por si mismos. Uno puede hacer que empiecen a pensar en forma realista y buena. Cada flor que ella cultivaba le hacía recordar a Cynthia, igual que el eucalipto que bauticé con su nombre.»